7 pecados capitales

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¿Existe alguna implicación biológica, posiblemente cerebral, relacionada con los impulsos que conocemos con el nombre de los siete pecados capitales? / Fuente: Photos.com
Salud180, El estilo de vida saludable

POR: Lau Martínez. Colaboradora

Estudió periodismo y comunicación en la UNAM. Desde hace 6 años vive en Madrid y colabora como corresponsal en Salud180.com. Siguel@ en:

05-05-2016

Lujuria. Gula. Avaricia. Pereza. Ira. Envidia. Soberbia. Son los siete pecados capitales que tan magníficamente han descrito, desde hace siglos, poetas como Dante Alighieri y su Divina Comedia (1265 – 1321), o plasmado en el lienzo pintores como El Bosco (1450 - 1516).

 

¿Existe alguna implicación biológica, posiblemente cerebral, relacionada con los impulsos que conocemos con el nombre de los siete pecados capitales?

 

Un grupo de investigadores de diversas universidades norteamericanas, inglesas y australianas, entre otras, han estudiado con técnicas sofisticadas como la resonancia magnética funcional, cuáles son las zonas cerebrales más relacionadas con nuestra parte oscura. En Salud180.com te damos algunas pistas.

  La lujuria y su impacto en el cerebro  

 

Los científicos de la Northwestern University de Illinois (Estados Unidos) han demostrado que pecados como la lujuria activan los sistemas de recompensa cerebrales, incluyendo regiones evolutivamente antiguas, como el núcleo accumbens y el hipotálamo, situado profundamente en el cerebro, que nos proporciona sentimientos tan fundamentales como dolor, placer, recompensa y castigo.

 

En concreto, esas regiones constituyen el corazón del sistema, como si estuviésemos diseñados para pecar o sentir, al menos, que el “pecado de la lujuria” origina placer. En cualquier caso, apuntan los investigadores, no podemos olvidar que la inclinación hacia la lujuria también posee un efecto favorecedor para la conservación de la raza humana ya que incrementa el interés activo hacia la procreación a lo largo de la historia humana.

  La gula y los excesos

 

Este pecado podría definirse como el consumo excesivo de comida y bebida, aunque en un sentido más amplio se puede relacionar con toda clase de excesos. En el infierno de Dante, quienes cometían este pecado estaban condenados a comer ratas, sapos, lagartijas y serpientes vivas. 

 

En la realidad, se ha demostrado que cuando comemos nuestro sistema de circuitos de recompensa cerebral también se activa. Según el científico Adam Safron de la  Northwestern University, la gratificación responde a una lógica evolutiva, ya que en el ambiente en el que evolucionamos, los alimentos eran escasos y la naturaleza se encargó de gratificar con la gula al ser humano cuando comía para almacenar grasas y sobrevivir en momentos de privación de alimentos.

 

En esas condiciones adversas fue cuando se modeló el cerebro estableciéndose cuán gratificantes eran los alimentos. Al cambiar las circunstancias, lo que en un momento fue un instinto de supervivencia ahora está vinculado al pecado. De hecho, comer en exceso actualmente es un grave problema médico que afecta a buena parte de la humanidad.

 

La avaricia es un pecado similar a la lujuria o a la gula pero aplicada a la adquisición de riquezas en particular. Consideraciones evolutivas y de recompensa cerebral semejantes a las hechas con la gula también serían aplicables a la avaricia o codicia, apunta.

  La pereza y otros pecados

 

Según Safron, existe una justificación evolutiva de la pereza: “nunca se tenía la certeza de cuándo se volvería a ingerir una comida sustanciosa. Así que, si era posible, se descansaba. Las calorías que no se quemaban por la inactividad, se podrían usar después en los procesos corporales de crecimiento o de recuperación”.

 

Por otra parte, diversos estudios japoneses han investigado los efectos de la envidia y la soberbia mostrando que se relacionan con zonas cerebrales como la corteza prefrontal medial del cerebro, confirmando la teoría de que la envidia y la soberbia pueden ser emociones dolorosas.

 

Respecto a la ira, en la Universidad de New South Wales en Australia se realizó un estudio, fustigando a voluntarios para ver que ocurría en su cerebro cuando se enfadaban. En los depresivos y proclives a guardar rencor, la corteza prefrontal medial también se activaba. Esto podría tener relación con la evolución ancestral del cerebro que se vio afectada por el entorno.

Aclaracion:

El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista, más no la ideología de Salud180.com

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